jueves, 19 de mayo de 2005

DOÑA PREJUCIOS, LA LOLA

Cuando Tomás salto el viaducto, sin motivo aparente, perdido en la devoción a su propia lastima, nadie le miro.

Le vio la anciana señora, perdida en la inútil aritmética que rodeaba su pensión de viudedad, sin fijarse mucho en el amasijo de hombre, que como un tatuaje se grabó en la acera y no pudo sino exclamar:

-¡Que jodío Pitágoras¡- que viene a ser lo mismo que el pueblo castellano tan sabiamente expresa desde hace siglo en: “Con buena picha, bien se jode”, vamos que Pitágoras es seguro que no era pensionista pero recitado en epítetos recios de campo amarillo de la Alcarria, termino natal de Doña Prejuicios, a la sazón pensionista, viuda de guerra, víctima de tres embarazos y producto de la España recóndita, repetitiva y habitual.

Y vino a ser que Doña Prejuicios, más conocida en su esplendor por “la Lola”, ante la dificultad de buscarle siquiera un diminutivo, quedó tras el óbito repentino de su marido en el trance mamario de su menor que vino al mundo varón y marchó cabalito al limbo con un tabardillo, que no le dejaba parar, dejando una madre espléndida, prieta, fresca, llena de un alimento divino y de un ardor genital que ponía al rojo vivo las calles del pueblo cuando sus tobillos impúdicos pateaban los rurales adoquines.

Al mayor lo coloco en el seminario, bien dotado de una vaca y un pico de la pensión del muerto que gracias a Dios se encontraba en zona nacional en el momento del alzamiento. La mediana, Rosita, mocita de trece años, doce meses, once días, diez granos, nueve constipados, ocho tíos, siete primos, seis dioptrías, cinco pretendientes, cuatro besos en la era, tres palizas paternas a no olvidar y dos tetas de prometedor futuro, la cubrieron los pájaros de la cabeza con una toca blanca e intentaron ocultarle una feminidad desbordante bajo un habito de novicia.

Fue así, como Doña Prejuicios, más conocida en su esplendor por la Lola ante la dificultar de buscarle siquiera un diminutivo quedo viuda, hermosa, pobre y libre.

Los años de mercería fueron especialmente duros. Los ahorros invertidos en un negocio poco claro, ayudado por su trabajo como costurera no daban sino para malvivir un día con otro. La tienda, pequeña, pero bien ubicada daba mostrador a la plaza poblada de arcadas, donde los viejos no aptos para el trabajo del campo paseaban sus bastones de nudos, intentado sin conseguirlo, liar decentemente un pitillo, comentando sin entusiasmo pero ávidamente los cambios del tiempo y haciendo previsiones de la cosecha.
Pronto comenzó a afluir gente, recién llegados de los vecinos pueblos que ante la feria de ganado semanal compraban lo necesario en el único pueblo donde el comercio legal no era superado por la amplia oferta y los abusivos precios del extraperlo. Quien sabe si un espíritu comercial innato, dormitaba en el pecho de Doña Prejuicios, o sea la Lola. Tal vez solo era una ambición insatisfecha, pero lo cierto es que invirtió su raquítico pecunio en un pequeño colmado de ultramarinos que poco a poco la llevo en volandas a una privilegiada situación. Las mercancías mitad llegadas de Guadalajara o Madrid, mitad negociadas al por mayor con un extraperlista de amplia visión de futuro, salían de la tienda antes casi de decidir su precio. Sardinas ahumadas, atún en aceite, bacalao bañado en sal, olivas venidas de Jaén, verduras frescas, frutas según la época, especias y todo tipo de provisiones al principio. Droguería después. Luego vinieron las herramientas, artículos de regalo, bisutería, limpieza, ferretería, así hasta convertirse en dos años en la autentica salvación de una zona perdida de Guadalajara.

Fue justo antes de lo de la Rosita, cuando llegó Juan Pedro.
Juan Pedro llegó al pueblo solo, con una profesión desconocida por no decir inexistente, una estampa a mitad de camino entre un semidiós del Olimpo y un míura enfurecido y rodeado entre los habitantes del pueblo de una aura extraña de misterio.
Bueno, lo de la Rosita. Doña Prejuicios, a entenderse la Lola, ni siquiera se molesto en acudir al convento de las carmelitas al recibir la carta que le narraba no con muchos detalles pero bastante claramente las pecaminosas maniobras en que fue sorprendida la novicia. Algo se leía también sobre un monaguillo bastante alto para su edad que ayudaba los domingos en misa al capellán autor conjunto de la misiva, junto con la madre superiora, así quedaba firmada la carta con trazos de monja temblorosa ya de escándalo, ya de secreta excitación y de capellán sin duda de mano firme. Quizá extrañamente firme.

Doña Prejuicios, la Lola, sin poder decir que lo esperaba, no se extraño.

Tampoco se extraño, cuando la siguiente carta le comunicaba la expulsión de la vida eclesial de su hija, culpándola de ofensas a la iglesia, de un intolerable escándalo y un ejemplo deplorable para el resto de las novicias y para cualquier oveja del señor con un atisbo de decencia. También se le recordaba la eterna culpa que sobre Rosita caería por arruinar la cándida vocación y la un día profunda fe del joven capellán del convento que ante las preocupantes dimensiones de su habito en presencia de la Rosita, se fugo con ella por caminos que el diablo regaba de pecado y de lujuria.

Nunca volvió Doña prejuicios, la Lola a ver a su hija. Años después le llegaron noticias de que casó con un leguleyo de lejana juventud, cubierto de arrugas, seguridad social y muebles caoba.
(.....continuará)

6 comentarios:

ELMOREA dijo...

Aqui, un poco despues, podemos meter a Don Justo, el de la catedral de Mejorada en el papel de capellan, años mas tarde, purgando sus babosos devaneos con la Rosita, en un interminable ir y venir de ladrillos rotos, botes de pintura y amasijos metalicos...no se, ya veremos.....

Melisa dijo...

Continuará de verdad, o será como la otra, me pregunto.

Anónimo dijo...

Mis felicidades por esa veta epistolar tan fructífera que el trajín mundano no te permite desarrollar para que nos deleites, ávidos mis oidos, más me gusta que me leas, pero así compartido me conformo.Que no sobrevenga el ocaso!
P.D. No! aquí Justo(digo el de la catedral) no tiene nada que ver, no vayamos a disipar el encanto!

Melisa dijo...

Una un par de líneas que mi humilde cerebelo no comprende Encarni. Solicito explicación. Son: "más me gusta que me leas, pero así compartido me conformo.Que no sobrevenga el ocaso!"

Mil gracias :)

ELMOREA dijo...

Yo te lo explico. Aqui a la moza le mola que le lea en voz alta, con esta entonacion que ya quisiera para si mismo Constantino Romero in person. Lo del ocaso es por si dejo de leerle (supongo)

Melisa dijo...

Va tocando cambiar de post, no crees Morea?