jueves, 17 de febrero de 2005

PREFACIO

Cuando Mario volvió la cabeza, todo lo que le preocupaba se encontraba en su bolsillo. La dolorosa sensación que había presentido tener al perder a Laura, se tornó, en una satisfactoria alegría, en un alivio no premeditado que le llenó de ligereza los pies.

Con tranquilidad pero rápidamente se encamino hacia el barco, haciendo que todo lo demás le pareciese inútil. Apretó con mas fuerza la mano dentro del abrigo gastado y apresuró de nuevo el paso como si alguien le siguiese. Una mirada rápida le devolvió la calle vacía ya recorrida. El sonido acelerado de sus pasos, hablaba de la intranquilidad que sentiría hasta que no pusiese los pies fuera de aquel lugar. De nuevo comprobó mentalmente que nada importante se le olvidaba y dobló la esquina para descubrir a lo lejos del muelle la silueta ondulante del ALTEA que cortaba el perfil del malecón del puerto.

El golpe le llegó de improviso, como si todo el mar le cayese encima hecho hielo. Una mano fría y húmeda le quito el cinturón y le amarró las manos con él a algo rígido que no supo reconocer, ocultos como estaban sus ojos y su rostro bajo una tela negra con un olor ácido a combustible, que le quemaba la nariz. Deducío que seria un trapo de los que se usan en el puerto para cubrir los bidones o para limpiar las manos de los estibadores.

Se dio cuenta al momento de que estaba tumbado en el suelo. No había perdido el sentido pero tuvo unos segundos de incertidumbre, durante los que su mente no funcionó. La espalda, en contacto con el suelo, le temblaba haciendole parecer un pelele, una imagen distinta del Mario seguro de sí mismo, que hasta ese momento podía haberse visto, huyendo orgulloso y alegre, escapando, quien sabe de que destino, para enfrentarse a un futuro que presentía prometedor. Un par de brazos de evidente fuerza, le arrastraron unos metros, y una puerta se cerró detrás de ellos con un golpe seco y metálico.

-Y ahora no te muevas de aquí, idiota-dijo una voz de hombre que el tiempo y los cigarrillos habían quebrantado y que Mario no fue capaz de identificar.

Desde luego no tenía ninguna intención de moverse, pero aunque la hubiese tenido el golpe en la clavícula izquierda le dolía tanto que no podía hablar. Probablemente la tenía rota, por que el dolor era punzante y en aumento cada vez que sus pulmones se llenaban de aire. Intentó llegar hasta sus bolsillos, pero comprendió que le habían atado las manos. En aquel instante le vino a la cabeza la estupida idea de fumar un pitillo, y bajo la mordaza, surgió un amago de sonrisa que solo sirvió para agudizar el tormento de su hombro.

Debió de pasar una media hora antes de que volviese a oír ningún ruido. Alguien entró en la habitación contigua, y Mario pudo oír las voces de dos personas hablando quedamente. No fue capaz de reconocer ninguna de ellas, pero si le sirvió para reflexionar y darse cuenta de que ya podía pensar con toda nitidez.

De repente se oyeron dos sillas arrastrándose por el suelo y por el sonido de ropas, el prisionero creyó adivinar que al menos uno de sus dos captores llevaba una gabardina de la que se había desprendido. Las sillas debían de haberse acercado a una mesa porque Mario percibió claramente el sonido de dos vasos apoyándose sobre algo, y un liquido que deseo beber con todas sus fuerzas se vertió en ellos con un gorgoteo suave y encantador.La conversación se mantuvo durante al menos una hora, según los torpes cálculos de Mario. Decidió escuchar atentamente, porque probablemente él, era el tema principal de conversación y también porque poco mas podía hacer dado su estado. Una de las voces era mas fuerte que la otra, que estaba en cierto modo rasgada. Esa, pensó , debía ser la voz del que lo golpeó. La voz dominante, se mantuvo en todo momento en el mismo tono suave y firme.La otra varió en un momento determinado, justo cuando se volvió a oir aquel liquido cayendo sobre los vasos y comenzó a tener un cierto vahído nervioso e intranquilo, cambiando a menudo de registro, hasta que Mario notó que lo que comenzó como una tranquila reunión, estaba desembocando poco menos que en una discusión.


La respiración se le hizo cada vez mas pesada, hasta que le fue imposible soportarlo y sucumbió a aquel olor penetrante que le estaba destrozando la pituitaria.El olor a gasolina se fundió con el agrio éter de su vomito y en aquel instante perdió la conciencia.

3 comentarios:

Melisa dijo...

Impresionante Morea. Muy buen ritmo. Estás hecho un escritorazo. Ahora lo que me tienes que aclarar es ¿Por qué? y ¿Qué pasará a continuación?

:)

ELMOREA dijo...

de entrada, fe de erratas, donde dice "dedució", debe decir "dedujo".
Vi a flagelarme un rato por esto

ELMOREA dijo...

Very thanks. Estas correcciones eran obviamente necesarias, pero quiero un poquito mas de participacion de aqui en adelante. Claro que de todos los invitados al blog, eres el unico que responde...si encima te regaño, no sé, no sé...me veo cantando la de "nos han dejao solooooss, a los de Tudeeelaaaa..."